Los cuerpos sin cerebro
tirados por las calles,
la quiebra y el desplome
de las columnas de la imaginación;
el silbido permanente
de los capitanes y generales,
quienes abrochados al ventilador
de los abismos acústicos
a donde van a parar
los métodos vencidos,
por espantar la muerte,
alejan también a los buenos espíritus;
luego nos quedan los buzos
del escuadrón 22,
quienes cada día pronuncian
los pelos que conforman
la corteza luminosa del aro gigante
venerado cada noche
en el centro de la ciudad
por los infestados,
(para los militares cazarlos.)
No hay electricidad,
ni señales de esperanza
para quienes como nosotros,
estamos en cuarentena indefinida.
La neblina.
Los muebles incendiados.
El pulgar implacable
que la sombra de gases
dejó caer sobre todos.
Éste es el panorama de hoy.
Tengo que regresar a leerlo para sacarle más, para beber de su fuente profunda y rica en ese cardumen de imágenes que como maravillosas pirañas de fuego, me dejan desnudo hasta el esqueleto. ¿Hablas de nuestra Cuba, Roger, o hablas en general de todas las dictaduras y todos los militarismos que al final siguen siendo Cuba? Porque no importa si la esclavitud viene con cadenas por la izquierda o por la derecha: ¡cadenas son cadenas! Este es uno de tus más brillantes poemas en una colección que para mí sobrepasa todas las expectativas y todo lo que pudiera anticiparse de un poeta novel sin declarada formación académica. Y tal vez precisamente por eso eres tan genial, tan tuyo, tan diferente y tan inusitado, comparado con todo (todos) lo(s) demás. Regreso el fin de semana a leerlo de nuevo. Este poema no procede de ni va a lugar común alguno. Este poema es el corcel en que tu alma recorre los nuevos senderos de tu aventura. ¡Toma las riendas, hinca las espuelas y cabalga, jinete, que te aguarda el futuro!